“Estando bien a la escucha, lo que quiere salir sale.
No sale lo que yo quiero” [1]
¿Dónde comenzar?
El punto de partida de nuestra existencia como psicoanalistas de la orientación lacaniana puede ser situada en el año 1964.
En ese año convergen dos acontecimientos fundacionales: la excomunión de Lacan de la IPA y la fundación de la Escuela pensada como una contraexperiencia sostenida fundamentalmente en una concepción herética en lo que concierne a la acción analítica en la dirección de la cura.
La herejía de Lacan, causa de la excomunión, es la heteropraxia.
Con la Escuela se abrió un nuevo horizonte en lo que hace a la formación de los analistas que abreva en el nudo freudiano (análisis personal, control de los casos y formación epistémica) pero con la salvedad de que esta matriz es subvertida respecto a cómo era considerada en la institución clásica.
Una nueva perspectiva se inaugura a partir del acto de fundación de la Escuela freudiana de Paris que va a instituir un punto de inflexión, un antes y un después en un aspecto muy sensible de nuestra práctica, ya que impacta en lo referente a la concepción de la lógica de la cura.
La herejía lacaniana también promueve el pasaje del encuadre al dispositivo.
¿Cuál es la diferencia? ¿Cómo definir el dispositivo? Se trata de una estructura que alberga elementos heterogéneos, a saber el: el objeto a y el $.
Razón por lo cual está alejado de los estándares,
Bajo la égida de este nuevo paradigma que inaugura la Escuela, Lacan va a distinguir al psicoanálisis puro del psicoanálisis aplicado.
Cito: “Lo terapéutico pertenece al psicoanálisis aplicado. El psicoanálisis puro, como tal, no es terapéutico, lo terapéutico es un efecto secundario del proceso analítico.”[2]
Es la manera lacaniana de recuperar el espíritu freudiano.
Los analistas deberemos despojarnos del furor sanandis.
Dicho esto, ¿qué es lo novedoso que se presentifica a partir de aquí?
Ni más ni menos que la cuestión de los finales de análisis.
Nuestra orientación, al quedar bajo la doctrina del psicoanálisis puro, instituye que todo análisis llevado hasta su final produce un analista practique o no el psicoanálisis.
Aceptado este sesgo se puede captar que la cualidad de analista-analizado va a implicar una forma singular de vivir la pulsión, una vez construido y atravesado el fantasma, como así también el haber ido, en el análisis, más allá del los límites impuestos por el Edipo y el Nombre del Padre.
Atravesados esos límites advendrá un sujeto provisto de recursos para responder de manera inédita a la contingencia de la vida. Es ni más ni menos que poder, no siempre se logra, burlar la repetición y el goce que allí anida.
Un analizado es aquél que ha consentido instaurar[3] un nuevo orden en su subjetividad que implica no solo la caída de sus ideales sino también la destitución del yo, como sujeto supuesto saber que funcionaría como la brújula para transitar en la vida.
Dicho de otra forma: “La destitución subjetiva no es solo una destitución narcisista, es el advenimiento de un nuevo orden de subjetividad.”[4]
La orientación que la Escuela dispensa
El término Escuela es tomado de las antiguas escuelas griegas, donde los que concurrían a ella se formaban alrededor de un maestro y de una enseñanza, de tal forma que su pertenencia determinaba la elección de una forma de vida que exigía del individuo un cambio significativo que implicaba un cierto deseo de ser y de vivir acorde a los preceptos de la escuela elegida.
La Escuela se ofrece como un refugio contra el malestar en la cultura y también como un lugar donde “se debe formar un estilo de vida”. [5]
Es por esto, entre otras cuestiones, que la Escuela en su conjunto se responsabiliza por la formación que dispensa.
Extrapolando en el tiempo el sesgo señalado, hay que decir que la Escuela aspira a ser una institución solidaria con el discurso analítico.
Sobre este real se funda la Escuela.
Admitiendo que los tiempos cambian, la cultura cambia, el malestar cambia, cabe la pregunta: ¿esta perspectiva mantiene aun hoy su vigencia?
La respuesta es sí.
Y ¿qué es el estilo de vida?
Es la conjunción del goce singular con los semblantes. Esto quiere decir que el estilo se define a partir de cómo cada quién ocupa el lugar de agente, una vez que habla, en cada discurso.
De esta forma nos acercamos a la consideración de un debate histórico, sostenido en la IPA, acerca de la problemática profesional del psicoanalista.
Nuestra perspectiva es otra.
Independientemente de cómo se defina al analista (el muerto, el objeto α, sinthome o como una figura de lo real), lo que queda dicho es que a partir de una metamorfosis del sujeto analizante, surge la noción del ser analista.
Ser analista no es una cualidad, tampoco un título profesional. Es, si se admite esto, un modo de ser que adviene a partir de la experiencia como analizante.
Es una manera de precisar la exigencia de la Escuela de hacerse cargo en la formación de los analistas.
Este breve rodeo es para destacar las razones de porqué consideramos a la Escuela como uno de los partenaires del psicoanalista, lo que hace de ella un concepto prínceps del psicoanálisis lacaniano.
Dicho esto hay que considerar la perspectiva de aplicar los principios analíticos a la forma Escuela, perspectiva plausible de ser considerada a partir de la introducción por Jacques-Alain Miller en la teoría de Turín: la escuela sujeto.
Esta referencia toma todo su valor en la actualidad ya que nos desafía a los analistas-analizantes-analizados, agrupados bajo la forma escuela, a preservar nuestro lugar como agentes del discurso analítico tanto en la práctica como en el campo político -social, como así también observar el cuidado del afecttio societatis en nuestros lazos.
Para ir concluyendo, cabe recordar que Lacan antes de hablar del discurso analítico, se refería al análisis en términos de experiencia. De esta forma la Escuela es considerada como una experiencia subjetiva vinculada a la experiencia analítica.
La Escuela, a no dudarlo, es un concepto en la enseñanza de Lacan, es el 5° concepto fundamental tal como nos lo presentó Miller.
Esta perspectiva se sostiene al separar el concepto Escuela de la institución.
El plano institucional se organiza a partir de las reglas, que siempre conciernen al para todos, empero hay que recordar que, el para todos, al pretenderse sin excepción va a producir, por efectos de estructura siempre alguna.
La excepción es necesaria para que el para todos exista, ella está en el fundamento de la regla.
La Escuela que tiene como referencia al no todo es un sistema donde al no haber para todos no hay excepción.
Todos son excepción.
Concluyo; algunas de estas cuestiones son a mi entender lo que la Escuela no enseña, pero es lo que se puede, transmisión mediante, encontrar en ella. Se trata de lo que la Escuela dispensa: un efecto de formación.
No hay efecto de formación sin mutación subjetiva[6].
Oscar Zack
Bahía Blanca jornadas Noviembre del 2023
NOTAS
- Chillida, E., Escritos. Edición la Fábrica. 2002. Pág. 18.
- Miller, J.-A., Cómo terminan los análisis. Buenos Aires. Navarin Éditeur.Grama. 2022. p.162
- Laurent, É., La École y el Campo freudiano
- Ídem
- Lacan, J., Seminario XII. Problemas cruciales para el psicoanálisis. Clase del 27/1/1965. Inédito
- Contribuciones de la ECF sobre el efecto de formación.
Obra: Vacíos habitados, de Juan Ignacio Valenzuela